sábado, diciembre 09, 2017

LE GUSTA VERME SONREIR



Jesús tiene una manera peculiar de reciclar nuestros momentos más amargos y transformarlos en testimonio de su gracia.


¡Nunca antes me había sentido tan protegida!

Cuando los hechos gritaban ¡culpable! Salió a mi encuentro, me tomó entre sus brazos, susurrando a mi oído palabras de afirmación y dignidad.

No te importó el fango en mis pies ni el olor a vergüenza impregnado en mis vestiduras. Me acercaste tan cerquita de ti que pude escuchar los latidos de tu corazón. Por primera vez experimenté esa paz que sobrepasa todo entendimiento, y que solo tú puedes ofrecer.


Bajo el manto de tu gracia le das sentido a cada capítulo de mi historia y restituyes cada una de mis lágrimas.

 


¡Nunca antes me había sentido tan especial!

Vendó con paciencia y amor cada una de mis heridas. Nunca olvidaré la ternura en su mirada cuando me dijo: Yo soy la fuente de tu sanidad espiritual, emocional y física. No tengas miedo, en mis manos estás segura.

Le respondí con una tímida sonrisa cuarto creciente, ya que no supe expresar con palabras la primavera que se abría paso en mi interior. ¡Jesús, eres lo máximo!


La sanidad emocional no es un evento de un día, sino un paseo de la mano de Jesús donde aprendemos a soltar, a recibir y a reposar en su gracia.

 


¡Nunca antes me había sentido tan amada!

Quería agradarlo con algo especial, pero no tenía nada que darle —bueno, eso pensaba. Pero Jesús me pidió que le entregara mi corazón. 

—¿Estás seguro? —le dije —. Asintió con la cabeza con una mirada que me fue imposible contradecir su petición. Con mucho cuidado le di mis sueños rotos, mis promesas sin cumplir, mis oraciones sin respuestas, mis heridas más profundas, mis anhelos más secretos. ¡Y valió la pena hacerlo!


Jesús, tu amor me hace valiente, me llena de paz y me hace feliz.


Amiga, no tengas miedo de pedirle a Dios, no tengas miedo de acercarte a su trono de gracia. Jesús te espera con una sonrisa para abrazarte con misericordia y vestirte de justicia y dignidad.

Deja de condenarte, deja de culparte, deja de pellizcar la herida, y recibe su toque sanador.

Cada vez que te preocupas y dejas de disfrutar lo que Dios te ha dado, sintiéndote miserable e indigna, minimizas su amor por ti y rechazas el pago de tu libertad que le costó la vida de su hijo.

Tu victoria no depende de tu estado de ánimo, ni de la aprobación de tus sentimientos. La verdad de Dios está muy por encima de tu historia, de tus heridas, de tus fracasos y de cualquier otra cosa que te robe la paz.

¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! ¡La gloria del Señor brilla sobre ti! – Isaías 60:1

¡Déjate amar por Jesús, porque a él le gusta verte sonreír!

Amor y gracia,

Sandy

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