viernes, marzo 08, 2019

PENSANDO CON MI TAZA DE CAFÉ



Cuando recibo a Jesús en mi debilidad se me hace  más fácil participar de su fortaleza.


Todavía con parte del cerebro en pijama y los ojos tratando de adaptarse a la luz del nuevo día, degusté cada traguito de café como si fuera el primero. ¡Qué rico! Y pensar que la felicidad la podemos encontrar en lo simple y cotidiano.

Desde la comodidad del sofá pasé inventario visual de la sala —los adornos que me gustan, el juguete del perro debajo del mueble de la tele, la botellita de agua encima de la mesa que alguien olvidó tirar a la basura, y la famosa orquídea de la ventana, con hojas moribundas a pesar de mi cuidado y dedicación.

¿Qué le pasará a esa chica? Seguramente no le sienta bien el ambiente. Mami me dijo que no le hiciera mucho caso porque a veces se ponen así de ñoñas, pero de todas maneras compré un masetero nuevo para trasplantarla y ponerla adonde le pegue un poco más el sol.

Me llama la atención que, aunque sus hojas están medio feítas, sus raíces no pueden estar más verdes, robustas y saludables.

 Eso me acuerda mucho a los procesos internos de transición que de cuando en cuando nos toca vivir —nuestras circunstancias patas arriba, pero nuestro corazón seguro en las manos de Dios—.

 Es que hay victorias que todos ven y aplauden y otras que se libran internamente a los pies de Jesús.

Las grandes transformaciones ocurren de adentro hacia afuera. Cuando decidimos ser receptivas al amor y a la gracia de Dios en medio de nuestras emociones despeinadas, eventualidades que aterran y voces ruidosas que luchan por distraernos de nuestra posición e identidad.


“Habrá largas temporadas en tu vida cristiana que sentirás como si no estuvieras creciendo. Y esos son los momentos en los que más estás creciendo”. 

– Steven Furtick 



Los procesos de cambio no necesariamente son los más dulces, es más, son amargos, solitarios y nada placenteros. Pero después que pasa el ventarrón y vemos el camino recorrido, el crecimiento adquirido, no nos queda más remedio que darle gracias a Dios y apreciar cada lágrima derramada.

¡Claro! Eso toma tiempo. Muy lindo apreciarlo desde los verdes pastos, pero cuando estamos en el valle de sombra y de muerte, el final no se ve tan claro. La buena noticia es que Jesús ha prometido estar a nuestro lado en cada parte de camino.

Se vale llorar, sentirnos vulnerables, admitir que estamos cansadas y que anhelamos que la tormenta pasé, eso sí, conscientes de los brazos de gracia y fortaleza que nos sostienen. Con nuestra esperanza anclada en aquel que prometió darnos belleza en lugar de cenizas, una gozosa bendición en lugar de luto, una festiva alabanza en lugar de desesperación.

¿Amén?

¡Amén!

“Espero en silencio delante de Dios, porque de él proviene mi victoria. Solo él es mi roca y mi salvación, mi fortaleza donde jamás seré sacudido”. 
– Salmo 62:1-2 (NTV)

Amor y gracia,

Sandy


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