El temor y la
desesperanza no tienen acceso a un corazón blindado con el amor de Dios y sus
promesas.
Te encontró en
cadenas —incapaz de moverte, hablar, ayudarte o defenderte—. Vio belleza en ti
cuando aún estabas en harapos, y no vaciló en abrazarte en tu peor momento.
Salió a tu
encuentro anhelando tu regreso. Feliz de volverte a ver, emocionado de tenerte
otra vez entre sus brazos.
Al principio no
entendías lo que estaba sucediendo, pues esperabas su rechazo y desaprobación,
pero poco a poco te perdiste en la dulzura de su mirada y en la paz que sus
palabras sembraban en tu corazón.
“Emmanuel… Emmanuel… Emmanuel”, te dijo una y
otra vez —afirmando tu vida en la seguridad de su presencia, calmando la
ansiedad que había en tu interior.
Confrontó con su
mirada tus temores y les dijo:
“¡Déjenla en
libertad!
Ella es mía y yo la amo. Es mi princesa
perdida y al fin la he encontrado.
¡Suéltenla, es
mía!
Tus adversarios
huyeron despavoridos ante la autoridad de su voz.
La gracia va más allá de la misericordia. La misericordia le dio al hijo prodigo una segunda oportunidad. La gracia le hizo una fiesta. – Max Lucado
Te quedaste
postrada frente a tu Salvador —el dueño de tu alma, el que te hace feliz, el
que te devolvió la sonrisa, el que te hizo bailar una vez más sin vergüenza en tu
mirada, sin timidez en tus pisadas.
Te tomó entre
sus brazos, te besó en la mejilla, te atrajo hacia su pecho, y entre mimos y
palabras de afirmación susurró a tu oído: “No te imaginas cuanto he anhelado
este momento”.
Te llevó a su
casa —un lugar donde siempre habías soñado estar, un refugio llamado Trono
de Gracia.
Amiga, las mismas
manos que multiplicaron los panes y los peces son las mismas que te sostienen,
te abrazan, te cuidan y defienden.
Pues tú eres mi
escondite; me proteges de las dificultades y me rodeas con canciones de
victoria. – Salmo 32:7
Descansa en la
seguridad de su amor por ti.
Amor y gracia,
Sandy