“Cada vez que reconocemos nuestro quebrantamiento y lo traemos a Dios para sanarlo, tenemos una nueva oportunidad de experimentar el amor y el poder de Dios”.
– Richard J. Hauser
Jesús, gracias por tu compañía, la tranquilidad del momento, y por supuesto, mi tacita de café. Se pasa rico a tu lado.
Gracias por permitirme disfrutar de tu presencia en total transparencia —sin pretensiones, palabras rebuscadas ni hipocresía.
Desvisto las heridas de mi corazón ante ti; encuentro en tu mirada paciencia y comprensión.
Expreso abiertamente mis inseguridades, temores y esos pensamientos que me ponen ansiosa e interrumpen mi sueño.
Gracias por siempre estar ahí para mí; por no desesperarte al tener que repetirme una y otra vez que en tus brazos estoy segura y que eres tú quien pelea mis batallas.
Gracias por comprender mi humanidad —por entender mi silencio, leer mis lágrimas y no exigirme perfección.
No subestimes el poder de una mujer vulnerable postrada ante Jesús.
Cuando estoy cerquita de ti el tiempo pasa despacio, tus palabras llenas de amor y verdad interrumpen el razonamiento de mi confundido corazón. Tus susurros me devuelven la sonrisa y me llenan de valentía. Mis problemas se ven pequeños cuando los veo a través de la perspectiva de tu soberanía y poder.
Gracias Jesús, por invitarme a entrar con confianza a tu trono de gracia, por recibirme en mi debilidad. Por hacer una obra de arte con las cenizas que te entregué.
Tu aprobación y aplauso me han tomado de sorpresa. Nunca pasó por mi mente lo valiosa que soy para ti. Gracias por tus demostraciones de cariñó y por entender que muchas veces se me dificulta digerir esta verdad tan maravillosa.
Eres mi lugar secreto, mi refugio seguro, la almohada donde reposan mis sueños y anhelos más profundos.
Gracias Jesús. En ti descanso mi mente, mi voluntad y mis emociones.
¡Amén!
“Pero tú, oh Señor, eres un escudo que me rodea; eres mi gloria, el que sostiene mi cabeza en alto”. – Salmo 3:3 (NTV)
Amor y Gracia,
Sandy