“Que tu dolor te haga caer de rodillas, porque allí encontrarás tu mayor fortaleza”.
– Sheila Walsh
Un día gris tocó
a mi ventana, “solo vengo de pasada, permíteme alojarme en tu corazón”, me dijo
con aroma a honestidad.
Su visita me
tomó por sorpresa y antes de articular palabra alguna me abrazó con efusividad,
dándome las gracias por mi hospitalidad.
Llenó mi espacio
con su pesado equipaje; en menos de un suspiro extravié mi gozo, mi esperanza
se escondió debajo de la cama, mi confianza salió despavorida por el corredor.
¿Por qué me
siento así?, me cuestioné una y otra vez
Mis pensamientos
se desplazaban agresivamente como soldados de guerra medieval, alborotando mis
emociones, haciéndome sentir sola, fracasada, incomprendida, abandonada por
Dios.
Pero, justo en
medio del caos que ocurría en mi interior recordé que no era la primera vez que
esto me ocurría, y a juzgar por la vida, probablemente tampoco sea la última.
Recordé los episodios
amargos que han moldeado mi vida —la mano de Dios que aun en mis momentos de
mayor rebeldía y sordera espiritual me han abrazado con amor y misericordia; la
tenacidad desarrollada a través de mis pequeñas semillas de fe en aquel que con
su palabra creo las profundidades del universo y diseñó cada detalle de mi
propósito y destino en él.
Poco a poco algo
en mi comenzó a sentirse diferente. No pasó de un momento a otro, de hecho, me
parece que esta visita se extendió más de lo previsto, pero en la medida que dejé
de resistirme a la realidad de lo que me pasaba encontré la libertad para
ofrendar mi dolor a Jesús.
En su regazo aprendí que no todas las tormentas de la vida llegan a desestabilizar, aunque se sientan como tal. Muchas otras llegan a crear la plataforma para que la gracia de Dios sea revelada y manifestada en nuestras vidas.
No hay nada tan feo en la historia de nuestra vida que Dios no pueda usar para su gloria y para nuestro beneficio.
Amiga, los días grises también forman parte del paisaje, como canta Ricardo Arjona. Pueden ser oportunidades de rasgar nuestras vestiduras delante de Dios en transparencia, humidad y total vulnerabilidad.
¿Qué hacemos
cuando un día gris toca a la puerta de nuestro corazón?
¿Qué hacemos
cuando nuestras emociones no cooperan?
No soy experta
en la materia, pero si puedo compartir contigo mi experiencia con Dios a través
de mi imperfección y pisadas temblorosas de fe.
No niegues tus
sentimientos ni tus emociones despeinadas, más bien, ofréndalas en una oración
simple y real. Una conversación que exprese abiertamente el tsunami que llevas
en tu corazón. Algo como…
Jesús, hoy me
siento muy triste y confundida. Tú más que nadie conoces la guerra que llevo en
mi interior. Ofrendo mis lágrimas, mis temores, mis inseguridades, mis
ansiedades. Permíteme ver más allá de mis sentimientos. Permíteme verte a ti y
descansar en tu amor por mí. Amén
Él entiende, él escucha, él sostiene, él transforma.
“No permitirá
que tu pie resbale; jamás duerme el que te cuida”. – Salmo 121:3 (NVI)
Amor y Gracia,
Sandy