La sanidad emocional no es una línea recta, sino más bien como una montaña rusa –con sus altas, bajas y algunos garabatos entre uno y otro.
Algunas heridas
toman más tiempo que otras en cicatrizar. Nos hace bien hacer las paces con
este argumento.
Pasa el tiempo,
leemos libros, escuchamos consejos, asistimos a conferencias, y aunque por
momentos sentimos cierto grado de alivio, la herida sigue sangrando.
Esto no solo
podría generar un tsunami de emociones, sino también una discrepancia en nuestra
fe. Me explico: por un lado, sabemos que Dios nos ama y que sus promesas son
verdaderas; y por otro, nos sentimos atascadas, como si estuviéramos dándole la
vuelta a la misma montaña.
Pensamos que
Dios se ha olvidado de la promesa o que simplemente está enojado con nosotras,
cuando en realidad nos está preparando para la promesa. Lo que se siente como un camino sin salida, no
es más que una senda de transición.
Creo importante
y sanador sentir lo que sentimos. Jamás deberíamos avergonzarnos de ofrendar
nuestra vulnerabilidad a Jesús. Él nos ama, nos entiende y se alegra cuando
corremos a sus brazos con las piezas rotas de nuestra historia.
Sin embargo, la
realidad de nuestras emociones jamás debería poner en tela de Juicio el amor de
Dios ni la fidelidad de sus promesas.
Si Dios lo dijo,
créele, aunque tus pasos de fe sean cortos, lentos y temblorosos.
Con frecuencia la
voz del temor habla más alto que la voz de la fe, pero eso no la hace más
poderosa. Jesús nos habla en susurros porque está cerquita de nosotras.
La suavidad de
su voz se cuela en el dilema de nuestros razonamientos y nos invita a creer,
a soltar, a descansar.
Su voz trae calma.
No culpa.
Su voz abraza
con amor y aprobación. No condena.
Su voz viste de consuelo
y dignidad. No añade tristeza.
Amiga, ten
paciencia contigo misma, ten paciencia con el proceso, ten paciencia con la
obra de arte que Jesús está bordando en tu interior.
Crea el ambiente
para recibir de Jesús. Abraza el silencio, medita en sus promesas, aférrate a
su amor y a su favor inmerecido.
Jesús está
cerquita de ti, pendiente de cada detalle en tu vida. Entra en su reposo,
descansa en su regazo.
“Pues las
montañas podrán moverse y las colinas desaparecer, pero aun así mi fiel amor
por ti permanecerá; mi pacto de bendición nunca será roto —dice el Señor, que
tiene misericordia de ti—“. – Isaías 54:10 (NTV)
Amor y gracia,
Sandy