Porque hablar con Dios de tú a tú pone todo lo demás en la perspectiva correcta.
Gracias por entender la elocuencia de mi silencio y el embrollo que cargo en mi corazón. Gracias por salir a mi encuentro en mi momento más bajo, secar mis lágrimas y apretarme cerquita a tu pecho.
Las palabras salen sobrando. Gracias por no exigirme
más de lo que puedo darte. Gracias por lo paciente que has sido conmigo. Eres
el motorcito que me mantiene anclada en la perspectiva correcta, aunque por
momentos quiera darme por vencida y dejar de luchar.
Jesús, estoy cansada. Cansada del bullicio de mis
pensamientos, de la fragilidad de mis emociones, de la imperfección de mis
circunstancias. Francamente, no me gusta este libreto, pero me pongo a pensar que,
de una manera u otra, siempre me has traído a puerto seguro. Me toca seguir creyendo.
Estoy cansada de los consejos insípidos, de las
opiniones irrelevantes, de las expectativas que los demás ponen sobre mis
hombros sin tomar en consideración mi desgaste emocional, y los veinte mil otros
detalles de los que ya hemos hablado.
Te ofrendo mi vulnerabilidad, los rinconcitos
dolorosos de mi corazón, mis miedos, mis preocupaciones y todo lo que mis
lágrimas articulan mejor que mis palabras.
Si, me siento ¡blah! Gracias por entenderme y no
juzgarme. Gracias por refrescar mi interior y darme cariñito a través de tus
susurros de paz y esperanza. Lo necesito.
Nada puede compararse
a este sagrado momento donde desvisto mis heridas sin temor al rechazo.
¡Eres lo máximo!
Gracias Jesús,
¡Amén!