Procesa tus emociones en la presencia de Dios. Él entiende, no avergüenza.
Porque hay días que nos toca parar y platicar con las emociones filosas que juegan en nuestro jardín…
Aquí, con mi tacita
de café, en compañía del silencio.
Respiro, le doy la
bienvenida a la soledad.
Luchan por ocupar mi
terreno sagrado, les sonrío, les doy la bienvenida.
Estoy viva. Tengo
permiso de sentir lo que siento, y no me avergüenzo por ello.
Las identifico por
sus nombres y recuerdo que, de mi depende si llegan de pasada o se quedan por
tiempo indefinido.
Respiro, tomo otro
sorbo de café.
Tengo permiso de
sentir, y también el deber de no dejarme controlar por aquello que me arruga el
alma e impide mi crecimiento.
Y, aunque mi atención insiste en corretear con las chicas filosas, la llevo de la mano con amor y compasión a mi espacio sagrado —ahí donde florece la fe, la gracia y la empatía divina. En el regazo de Jesús puedo ser vulnerable y honesta. Él me viste de fortaleza y dignidad.
Amor y Gracia,
Sandy