Tal vez no
puedas ver a Jesús a través de tus lágrimas, pero él puede verte. - Rick
Wilkerson Jr.
Fue uno de esos
días donde uno articula en frustración e impotencia frases como:
¡Dios mío, ten misericordia
de mí!
¡Una cosa más y
paro en loca!
¡Señor, dame
sabiduría!
¡Me va a dar
algo!
OMG!
A mis cuarenta y
siete primaveras lo único que me hubiera gustado hacer era llorar hasta exprimir
cada lágrima y un abrazo de mi mamá. Sin embargo, aunque mis emociones hubieran
querido navegar en esa dirección, no era lo más sabio ni lo más prudente en ese
momento.
¡Claro! el
abrazo de mi mamá siempre ha sido el antídoto perfecto, pero cruzar el Mar
Caribe y regresar a tiempo para buscar a la niña de la escuela era una hazaña
un poco complicada.
Así que terminé en un
restaurante de comida rápida, de esos que sirven cajita feliz. Hacía rato que
no iba —probablemente, bajo otras circunstancias no
hubiera sido mi primera elección— sin embargo, Dios sabe todas las cosas.
Me senté en una
mesita donde pegaba el sol. Hacía mucho frio, tenía mucha hambre y necesitaba
relajar mi mente, la cual insistía en correr muchísimo más rápido que mi
corazón.
Mientras
saboreaba mis papitas noté a una hermosa joven sentada en la mesa frente a mí.Tenía su celular en la mano. Asumo que estaba intercambiando mensajes de texto
no muy placenteros, ya que fui testigo de una que otra lágrima rodando por sus
mejillas.
Lo vi todo como
en cámara lenta, y aunque me hubiera gustado hacerme la loca y desentenderme
del tema, me fue imposible.
—Tú sabes lo
complicado que ha sido mi día. Sabes perfectamente que soy un poco
introvertida. Además, mi nivel espiritual está en negativo. ¿Qué esperas de mí?
¿Qué me acerque a su mesa y la ayude? Lo mínimo que va a pensar es que a mí me
falta un tornillo o que soy una metiche —le dije a Jesús—. Sin embargo, eso era
exactamente lo que él requería de mí.
Desde ese
momento perdí el apetito, y cuando me vine a dar cuenta ya estaba parada enfrente
de su mesa.
No es nuestra habilidad lo que nos califica, sino la belleza de un corazón, obediente, humilde e imperfecto.
—Hola, tú no me
conoces, pero te veo un poco triste, ¿te gustaría hablar conmigo? —le pregunté—.
—Sí —me
respondió—. Casi me desmayo al ver que Dios había
hecho todo el trabajo y yo simplemente era una servidora.
—Hazte de cuenta
que yo soy como tu mamá. Puedes hablarme con confianza. —Continué—.
Yo estaba súper
nerviosa, pero a medida que ella desempacaba su herido corazón, el amor de
Jesús tomó control de la situación, y ambas fuimos bendecidas.
Amiga, muchas
veces pensamos que Dios no puede usarnos hasta que nuestras circunstancias
mejoren, cuando en realidad la puerta hacia nuestra libertad se encuentra en
ser instrumentos de su amor y de su gracia precisamente cuando nuestro mundo está patas
arriba.
Nos levantamos, levantando a otros.
No importa que
tan doloroso sea tu proceso, siempre habrá alguien necesitando una sonrisa, unas
palabras de aliento, unos oídos pacientes y una taza de café.
Es mi deseo que
experimenten al amor de Cristo, aun cuando es demasiado grande para
comprenderlo todo. Efesios 3:19
Amor y gracia
Sandy
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