viernes, septiembre 05, 2014

PRINCESAS GUERRILLERAS



Foto: Joel Bedford - Creative Commons








Soy una princesa, no porque me haya casado con un príncipe, sino porque mi padre es Rey y Él es Dios… ¡Elemental mi querido Watson!












¿Con qué clase de cosas asocias la palabra “Princesa”?

Probablemente con el color rosado, vestidos largos con encajes y cintas entrelazadas, zapatos de cristal, coronas de diamantes, castillos con hermosos jardines, reuniones y bailes reales… ¡Oh! y obviamente el famoso príncipe azul, que dicho sea de paso, siempre lucen, esbeltos, musculosos, amables, tiernos, complacientes, humildes y valientes… o sea, la perfección personificada…

Y así fuimos creciendo como niñas, escuchando opiniones y comentarios como estos:

    “Las princesas siempre se portan bien.”

    “Las princesas no dicen mentiras.”

    “Las princesas son amables y obedientes.

    “Las princesas no dicen malas palabras.”

Inconscientemente nos crearon un estándar a seguir  –quedándose grabada en nuestro corazón la creencia de que las mujeres valiosas son las  que persiguen perfección...

Con el transcurso de los años emprendimos la aventura de diseñar nuestro destino con una maleta llena de sueños y anhelos. Pero en medio del camino, muchas nos quedamos atrapadas en las consecuencias de nuestras malas decisiones y como quien ha recibido condena de muerte, nos limitamos a escuchar el triste susurro de la culpa:

“Has fracasado. Perdiste la oportunidad .Las princesas no salen embarazadas antes de casarse… las princesas no se divorcian… las princesas no son indisciplinadas como tú… las princesas no se acuestan con hombres casados… las princesas no se enojan ni gritan…las princesas no son vulnerables…las princesas no están encarceladas…las princesas no son como tú.”



“No tengas miedo. Yo te he liberado; te he llamado por tu nombre y tú me perteneces.”

—Isaías 43:1 (TLA)



Y el amor de Dios hace acto de presencia como poderoso gigante —con mando y autoridad. Nos sostiene en sus brazos y mirándonos fijamente a los ojos nos dice:

“Yo soy quien perdona tus faltas. Yo soy quien te da nuevas oportunidades y nuevos comienzos. Yo soy quien venda tus heridas, restaura tu alma y hago rebozar tu corazón de alegría. Yo soy quien cierra la boca de los leones y quien abre camino en medio de tu desierto.”




El amor de Dios nos recuerda que las verdaderas princesas no se detienen ante el fracaso. Exhiben sus cicatrices como símbolo de crecimiento y sabiduría.




Nada libera  más a una mujer de las heridas de su pasado y de las consecuencias de sus malas decisiones, que un entendimiento genuino del amor de Dios por ella.

 La sencillez de un simple paso de fe que encauza su vida en la dirección correcta, transformando el fracaso en trampolín, para conquistar  una vida completa  y significativa.




“La calidad de un guerrero no se mide por sus victorias, sino por el valor de continuar a través de las profundas heridas de sus derrotas.”

—Pastor Rudy Gracia




No importa los años que lleves atrapada en el calabozo. El  amor de Dios es el mismo, su poder es el mismo, su autoridad es la misma, sus planes para tu vida son los mismos, y en sus manos, tus desaciertos son la materia prima para un nuevo comienzo.

Eres una princesa, no porque te hayas casado con un príncipe, sino porque tu  padre es Rey y Él es Dios… ¡Elemental mi querido Watson!

¡Feliz Semana!

Sandy

 

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