El día que entendí que Dios me ama, aprendí a volar.
Antes de mis pasos
de obediencia, de mis obras de justicia y mi deseo de agradarte…
Antes de querer
servirte, de tratar de dar lo mejor, y presumir de mi amor por ti…
Antes de
seleccionar las palabras correctas en tu presencia, e intentar ganar tú aprobación
en mis propias fuerzas…
Antes de mi necedad de querer reducir la relación que deseas tener conmigo en una lista de quehaceres…
¡Sí, tu amor por
mí estaba ahí!
Cuando decidiste
dejarlo todo para venir a la tierra por mí —caminaste mis calles,
experimentaste de cerquita mis luchas, mis temores, mis carencias y mi urgente
necesidad de ti.
¡Claro que tu amor estaba presente!
Cuando me
defendiste por encima de las leyes humanas, e impediste que me apedrearán….
Cuando en vez de castigarme, me miraste con tus ojos llenos de amor y compasión,
mientras me decías, “Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más.” Desarmaste
la culpa con tu perdón y me premiarte con el regalo de una nueva oportunidad.
“Nadie busca a
Dios sin antes haber sido hallado por Él. Su búsqueda comienza porque ya Dios
lo trae de la mano.” – A.W. Tozer
Bajo los rayos de
tu amor, me siento segura de desvestir mis heridas e inseguridades…
Bajo los rayos de
tu amor, puedo darte entrada a los lugares más oscuros de mi interior, sin
temor a ser rechazada…
Bajo los rayos de
tu amor, puedo intercambiar mi culpa por
tu justicia, mis faltas por tu perdón, mis cenizas por tu
belleza…
¡Porque me amas!
En tu abrazo de aceptación
y redención me susurras dulcemente que no soy mis fracasos, que no soy mis
temores, y que no soy definida por mis imperfecciones.
Bajo los rayos de
tu amor mis circunstancias no definen mi felicidad, porque tienes una manera
singular de hacer crecer flores en los desiertos más áridos de mi alma…
Bajo los rayos de
tu amor, alimentas mi estima propia, revelas mi verdadera identidad, le das
propósito a mi vida y significado a cada capítulo de mi historia.
Bajo los rayos de
tu amor entiendo que tú me amaste primero y que en la medida que soy receptiva
a tu amor incondicional por mí, podré amarte, amarme y amar a los demás.
¡Sí, porque me
amas!
Cuando abro las
ventanas de mi interior a tu amor perfecto e incondicional por mí, hasta tu
corrección me sabe a miel.
Sé que soy
imperfecta, y no pretendo cambiar esa realidad —
es a través de mis desaciertos donde descubro mi constante necesidad de ti,
donde caigo postrada en tu regazo y me alimento de tus palabras y afirmación,
donde soy abrazada por tu gracia y encuentro el propósito de mi existir.
Amiga querida, la
verdadera transformación de nuestras vidas y la plenitud que tanto anhelamos,
parte de nuestra constante dependencia y receptividad al amor de Dios
por nosotras.
¡Soléate en su
amor!
¡Feliz Semana!
Sandy