Aunque había capítulos
en su historia que prefería leer en voz baja, no se dejó definir por ellos. Su
corazón reposaba en el autor de su vida. Sabía que tendría un final feliz.
Quien no la
conoció en su fracaso se le dificulta entender su desprendimiento y falta de
interés en ganarse el aplauso de los demás, vivir de apariencias e involucrarse
en actividades y conversaciones que le roban el camino recorrido.
Tenías que haberla
visto en su momento más bajo —temerosa, vulnerable y con más preguntas que
respuestas—. Literalmente, su mundo se vino abajo.
Vivir, era un
acto de sobrevivencia; sonreír, una expresión de hipocresía, y volver a soñar,
una ironía amarga y difícil de digerir. Es que hay circunstancias que nos hacen
comer polvo y nos roban la habilidad de mirar más allá de nuestro calvario.
Solo Dios entiende nuestro silencio y nuestras lágrimas. Solo Dios puede sanar los lugares rotos de nuestro corazón como si nunca hubiera existido la herida y el dolor.
Ella entendió
que su sanidad no estaba en mirar hacia abajo y quedarse estancada en el vaivén
de sus emociones. Tampoco en mirar alrededor y comparar su proceso con el de
los demás.
Encontró la libertad mirando hacia arriba, mirando a Jesús —el autor de su historia, el arquitecto de su destino, el dueño de su corazón.
Encontró la libertad mirando hacia arriba, mirando a Jesús —el autor de su historia, el arquitecto de su destino, el dueño de su corazón.
Paso a paso.
Poco a poco. Un saltito de fe con rodillas temblorosas, otro pasito con
emociones despeinadas. Siempre mirando hacia delante, tanto en días grises como
en días soleados.
—¿Me das permiso de volver a caminar? —le
preguntó a Jesús—. Buscando su aprobación para cerrar capítulos y darse la oportunidad
de volver a comenzar. —Permiso para volar
es más divertido que permiso para caminar. No todo lo que camina, vuela; pero
todo lo que vuela puede también caminar. —respondió—.
Tres cosas la
mantienen de pie, tres disciplinas de vida que son su gran tesoro, tres verdades
que solo se aprenden en el regazo de Jesús: Su presencia, Su gracia y el poder
de la oración.
¡Ella encontró
sus alas!
“Mi ayuda viene
de Dios, creador del cielo y de la tierra. Dios jamás permitirá
que sufras daño
alguno. Dios te cuida y nunca duerme”. – Salmo 121:2-3
Amor y Gracia,
Sandy
Amor y Gracia,
Sandy