Hablar con Dios es un privilegio, no una obligación.
Un nuevo día me
saluda, nuevas bendiciones salen a mi encuentro.
Aún con mis
sentidos en pijama abro mi corazón con gran expectativa y gratitud a las dulces
sorpresas que has reservado para mí.
Me siento en el
lugar de siempre; abrazo con mis dedos mi tacita de café; un bostezo se me
escapa, dándole la bienvenida al primer sorbito de la mañana… simplemente
delicioso.
Gracias Jesús
por tu compañía, por la tranquilidad del momento, por el regalo del silencio.
No he articulado
ni una sola palabra, sin embargo, mi corazón es un libro abierto ante ti.
Conoces mis anhelos, mis luchas, mis sueños, mis miedos. Siempre buscas la
manera de calmar mis ansiedades y premiarme con tu susurro de gracia y
afirmación.
Me recuerdas lo
mucho que me amas, el valor de tu compañía y la importancia de descansar en tu
regazo.
No tengo la
urgencia de presentarte mis peticiones. Prefiero disfrutar y perderme en la plenitud
de tu presencia. Me añoñas como si fuera niña chiquita. Francamente, se siente muy
bien —mi carga se aligera, mi fe gana terreno en los lugares confusos en mi
interior.
Gracias Jesús.
Eres tan bueno conmigo.
Entre sorbito y
sorbito descanso en tu reposo. Aprecio la riqueza del momento; defiendo cada
segundo de las distracciones que intentan asaltar mi atención. Este es mi
momento de recargar las pilas.
Jesús, eres mi
lugar secreto, mi refugio seguro, la fuente y la esencia de mi existir.
No me cambio por
nada ni por nadie. Estoy en el lugar correcto de la historia, cerquita de ti,
disfrutando la simpleza del momento. Cero apuros, cero estrés.
Gracias Jesús
por tus hermosos detalles —la flor que acaba de
florecer en la jardinera, el olor a pasto recién cortado, los sonidos
cotidianos de mi vecindario y por supuesto, mi cafecito de la mañana.
Mi corazón te ha
oído decir: «Ven y conversa conmigo». Y mi corazón responde: «Aquí vengo,
Señor». – Salmo 27: 8 (NTV)
Amor y Gracia,
Sandy