Mi vulnerabilidad es una expresión genuina de mi fortaleza.
¿Qué pasa cuando
mis emociones hablan más fuerte que las promesas de Dios?
Cuando me
comparo con las imágenes que por años he archivado en mi subconsciente de cómo
debe lucir una guerrera, no tengo más remedio que desanimarme, suspirar y
echarme a llorar.
Regularmente
están en la cúspide de la montaña en posición de ataque, seguras de sí mismas,
con una falda de cuero ceñida a su figura, el pelo perfecto, botas y una espada
más grande y afilada que cuchillo de carnicero.
Se me olvida que
posiblemente esas fotos son tomadas el día de la graduación, ya que existe un
proceso de transición entre el día que recibimos la promesa y el día que experimentamos
su cumplimiento en nuestras vidas. No porque no nos pertenezca, sino porque
necesitamos crecer a la altura de esta.
No creas que te
digo esto a la ligera, como si no supiera de nuditos en la garganta, de
lágrimas que parecen quemar las mejillas y el desasosiego que se siente pensar
que quizás Dios está enojado conmigo y prefiera bendecir a alguien más
espiritual y obediente que yo.
Y aunque esta es
una mentira kilométrica, nos cruza por la mente. con el único propósito de
alterar nuestro enfoque y debilitar nuestros pasos de fe.
Sin embargo, no
estamos solas, Jesús nos lleva en sus brazos.
Entiende nuestros sentimientos, nuestras
debilidades y nos invita a estacionar nuestros pensamientos en la seguridad de
su fidelidad y en la autoridad de su soberanía.
Su fidelidad
habla de su carácter, de su imposibilidad de mentir. Así que podemos aferrarnos
a la esperanza y construir nuestras vidas en la estabilidad de sus promesas.
Su soberanía
habla de su autoridad sobre todas las cosas. Nos exhorta a meditar en la verdad
de su palabra, no en el dolor de nuestra experiencia.
Nos invita a
descansar en el hecho de que todo está en sus manos, incluyendo “eso” que nos
roba el sueño.
Amiga, el tiempo
de espera no significa que Dios se ha olvidado de la promesa, sino que te está
preparando para ella. Descansa en su amor, en su fidelidad y en su soberanía.
“Así que Dios ha
hecho ambas cosas: la promesa y el juramento. Estas dos cosas no pueden cambiar,
porque es imposible que Dios mienta. Por lo tanto, los que hemos acudido a él
en busca de refugio podemos estar bien confiados aferrándonos a la esperanza
que está delante de nosotros”. – Hebreos 6:18 (NTV)
Amor y Gracia,
Sandy