Cuando entendí que mi insuficiencia era suficiente en las manos de Dios, me sequé las lágrimas y me di permiso de ser feliz.
Para mi amiga en
transición, que sueña con volver a sonreír como si no supiera de heridas ni fracasos…
Su sonrisa es
encantadora. No sé, te da paz y te hace sentir una brisita fresca en tu
interior.
Muchos pudieran
pensar que no sabe de momentos amargos ni de caminos solitarios, pero son
precisamente esas experiencias las que bordaron un jardín con las heridas más
profundas de su corazón.
Aprendió a
bailar al ritmo de sus lágrimas, a tejer su dolor con hilo de esperanza, a
sonreír desde la esencia de su ser, no desde la realidad de su cautiverio.
Ahí, en medio de
su imperfección y emociones despeinadas se dio permiso de abrazar su
vulnerabilidad, de sentir lo que sentía, de florecer, de apreciar lo simple, de
celebrar lo cotidiano.
De saltar a los
brazos de Jesús, de vestirse con sus promesas y bailar al ritmo de sus palabras
de amor y afirmación.
Su sonrisa te
invita a no darte por vencida, a sembrar tus tristezas en el jardín de las
posibilidades divinas, a descansar tu corazón en la mano soberana que te sostiene,
pero, sobre todo, te invita a sonreír.
“Oré al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores. Los que buscan su ayuda estarán radiantes de alegría; ninguna sombra de vergüenza les oscurecerá el rostro”.
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Salmo 34: 4-5 (NTV)
Amor y gracia,
Sandy