Cultiva el arte de valorarte, de pensar verdades hermosas de ti.
No olvides ser empática
contigo misma.
Escucha la voz de tu cuerpo, el llanto de tus
emociones, el cansancio de tus pensamientos. Hazlo con amor, sin juzgarte, con la misma compasión
de quien escucha a su mejor amiga hablar de sus nudos internos.
Relájate en el
baile de tu respiración, sí, respira suavecito, como si estuvieras saboreando
la vida sorbito a sorbito. Agradécele a tu cuerpo por su fiel compañía, por
caminar de la mano contigo. Conecta intencionalmente con esas cositas lindas
que te roban tiernas sonrisas, siémbralas en el jardín de tu corazón, verás que
con el pasar del tiempo disfrutarás de sus dulces frutos.
Percibe el
llanto y el cantar de tus emociones. Siente lo que sientes —sé humana, sé auténtica, sé tú misma. Háblate con cariño, trátate con paciencia, celebra
tu singularidad y no minimices tu valor bajo la volátil sombra de la
comparación.
No ignores tu cansancio mental. Honra el
descanso, ahí florece la fuerza que nos permite apreciar la vida a través de una
perspectiva fresca salpicada de esperanza y nuevas aventuras. Cuando pausamos y
disfrutamos de la riqueza que el momento presente nos ofrece, estimulamos la
creatividad y activamos el cajón de los sueños que despiertan suspiros y fuegos
artificiales
en el alma.
Quiérete, piensa
bonito de ti. Recuerda: el autocuidado es fortaleza.
“Y sobre todas las cosas, cuida tu mente, porque ella es la fuente de la vida”.
– Proverbios 4:23 (TLA)
Amor y gracia,
Sandy