Y me dije a mí misma con un poco de rabia y la voz entrecortada, mientras trataba de no desplomarme: no te olvides de ti.
No es egoísta
escuchar con amor el dialogo de tus emociones, validar tus sentimientos y
expresar con claridad cómo te sientes, no para demandar empatía en otros, sino
para encontrar lucidez en tu interior. Te hace bien.
Tienes permiso
de cambiar de opinión, de cuestionar patrones de creencias que te han
acompañado desde pequeña y que ya no encajan contigo. Puedes construir tu vida
desde el amor y la abundancia en Dios, no desde el miedo y la escasez. Sí,
puedes comprarte esa cartera, ese par de zapatos que tanto te gustan, sin
sentirte culpable por ello. Consentirte no es pecado, es amor propio, necesario
para una autoestima sana.
Aprende a decir
“no” sin dar tantas explicaciones. No es tarea fácil, porque piensas más en el
rechazo que en tu propio bienestar, sin embargo, ese paso de valentía te
ahorrará muchos dolores de cabeza. Cuando dices “no” a algo que no añade valor
a tu vida, le dices “si” a todo lo demás que hace sonreír tu alma.
Rompe el molde
de las imposiciones sociales, familiares y personales que por tanto tiempo te
han inmovilizado. Sácale la lengua a las expectativas que han puesto sobre tus hombros
y conversa con tu ser auténtico, ese que encuentra felicidad en lo simple y
cotidiano y que no pierde la esperanza de ver la realización de sus sueños.
Vive desde la
honestidad, lejos de pretensiones y comparaciones, consciente de tus
debilidades, consciente de tus fortalezas y consciente de que la vida es un
constante aprendizaje, donde el camino es más relevante que el puerto de
llegada.
Ámate, háblate
con cariño y respeto, piensa cosas lindas de ti...
La rabia se
disipó, respiré profundó, me soné la nariz y limpié las lágrimas de libertad
que adornaban mis mejillas. Me sentí mucho mejor y prometí jamás olvidarme de
mí.