Las victorias
que todos ven y aplauden jamás podrán compararse con las que logramos
internamente, en privado, a los pies de Jesús.
¿Alguna vez has
dudado de la promesa que Dios te hizo?
Independientemente
del tipo de temperamento que tengas, la manera en que te gusta tomarte el café
o tus productos de pelo favoritos, la verdad es, que todas tenemos debilidades
que nos hacen vulnerables de una manera u otra.
Unas batallamos
con miedos e inseguridades, otras con falta de disciplina, falta de enfoque y
miedo al rechazo, por aquello de mencionar algunos casos; cada quien conoce su
propio expediente.
Dios, conociéndonos como nos conoce y amándonos
como nos ama, siembra Sus promesas en nuestro corazón para atraernos a Él,
darnos reposo, llenarnos de esperanza, fortalecer nuestra fe y así hacernos ver
la vida desde Su perspectiva y no desde las limitaciones e imperfecciones de
las circunstancias que nos rodean.
Las promesas de Dios vienen en tamaños que superan nuestra imaginación, para que crezcamos en ellas y a través de ellas.
Pero muchas veces
nos desesperamos en el proceso y comenzamos a entretener dudas y razonamientos
que nos hacen sentir que Dios cambió de opinión, que Dios está enojado o que la
promesa no aplica a personas con tantos defectos como nosotras.
Entonces,
comenzamos a desanimarnos, y en cuestión de nada estamos más pendientes de las
olas a nuestro alrededor, que de las manos de Jesús que nos sostienen y nos invitan
a caminar sobre la adversidad.
Si el enunciado
anterior fuera un tweet, definitivamente llevara sus respectivos hashtags
#EresNormal #ATodosNosPasa
Amiga, la clave
está en mirar la promesa como una semilla que Dios ha sembrado en tu corazón. Tu
función es regarla con tu fe, entender que hay un proceso de crecimiento y
esperar con esperanza la cosecha.
Este es mi consuelo en medio del dolor; que tu promesa me da vida. -Salmo 119:50
Pasar por alto
el desarrollo de la semilla, es abortarla. La verdadera transformación se logra
en el proceso, en los altibajos, en los zigzags...
Cuando sentimos
que Dios nos ha olvidado, pero seguimos creyendo.
Cuando la duda
quiere desestabilizar nuestras emociones, pero corremos a refugiarnos en Jesús.
Cuando en lo
natural no vemos salida a nuestros problemas, pero nos decimos a nosotras
mismas: Si Dios lo prometió es porque Dios quiere, porque Dios Puede y porque
Dios lo hará.
El camino de la
fe no es una línea recta, más bien parece una montaña rusa. Pero la buena
noticia es que Jesús nos lleva en sus brazos, no nos suelta y nunca lo hará.
Y cuando llega
la cosecha, que llegará, miramos el camino recorrido y no nos queda la menor
duda de que valió la pena cada parte del proceso. Decimos con alegría y
gratitud:
¡Gracias Jesús,
hasta aquí me ha trajo tu gracia!
Ora, suelta,
descansa, repite… cuantas veces sea necesario, hasta que tus pensamientos y
emociones no tengan más remedio que rendirse a tu decisión de confiar en Dios
por encima de todo.
Las grandes
batallas de la vida se libran a los pies de Jesús.
“En la
tranquilidad y en la confianza está su fortaleza.” – Isaías 30:15 (NTV)
Amor y Gracia
Sandy,